Reflexiones sobre la toma del poder y la izquierda en México (2)

V. Izquierda, moral y realpolitik

La izquierda independiente mexicana, conformada por una variopinta gama de expresiones ideológicas y sociales, ha definido su rechazo a los procesos electorales como una cuestión de principio. No siempre ha sido así, pero al menos en las últimas dos elecciones, las expresiones más conocidas de esta izquierda, como el EZLN y un puñado de sectas criptomarxistas y anarquistas, han hecho un llamado abierto al abstencionismo como una forma de mostrar su rechazo a un sistema político corrompido hasta el tuétano. Los análisis más elaborados en torno a esta postura han sido cortesía del Subcomandante Insurgente Marcos, quien en el 2005 diseccionó a la clase política en su comunicado "La (imposible) geometría del Poder en México" y en el 2011 recicló su argumentación en un intercambio epistolar con Luis Villoro.

Me parece que es absolutamente indispensable que exista una fuerza social organizada que mantenga su independencia frente al Estado y el sistema político, y que sea capaz de dirimir su conflicto con éste a distintos niveles. El mismo EZLN intentó desde la guerra hasta la negociación, y tuvo el apoyo del movimiento social prácticamente en su conjunto. (Cabe señalar que en los inicios del levantamiento del '94 el EZLN deseaba tomar el poder del Estado, aunque después se enclaustró en la defensa de la autonomía y los derechos indígenas). El problema es que esa fuerza político-social independiente pretenda usurpar una representatividad que no tiene. Pocas cosas son tan incómodas como escuchar a la izquierda independiente hablar en nombre del pueblo, de los de abajo, de los oprimidos, etc. cuando en los hechos ha sido incapaz de convencer y ya no se diga de organizar. El mejor ejemplo del fracaso organizativo de esta izquierda, que se considera a sí misma como la única pura y verdadera, es su incapacidad para cohesionarse a sí misma. La Otra Campaña (LOC), impulsada en el 2006 como el último intento del EZLN por coordinar a las diversas voces disidentes del país ubicadas "abajo y a la izquierda", fue un fiasco tremendo. Tan no se bastaron a sí mismas las fuerzas aglutinadas en torno a LOC ante el salvaje ataque policiaco en San Salvador Atenco (mayo de 2006), que el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra tuvo que acudir ante representantes del PRD y el PT en demanda de apoyo para la liberación de sus presos. El proceder no fue exclusivo de la coyuntura: ante cada evento represivo, ante cada embestida del capital nacional e internacional contra las comunidades indígenas y campesinas, ante cada causa pequeña o grande que defiende, buena parte de la izquierda independiente acude al despreciable y traidor PRD del que tantas veces se ha deslindado. Por su parte, la izquierda aglutinada en torno a LOC hizo lo que mejor sabe hacer: devorarse a sí misma y reducirse a fragmentos.

El EZLN parece haber sido el único que se tomó en serio su ruptura con el PRD, pero sólos sus simpatizantes más leales mantienen la idea de que la izquierda electorera es una fuente de contaminación. Desde el 2005 a la fecha, el EZLN nos receta una y otra vez la misma medicina a la que ya le hemos perdido un poco la fe: no votes, organízate. ¿Bajo qué proyecto? ¿Con quién? ¿Siguiendo el ejemplo de quiénes? Y lo único que se escucha es el motto: con los de abajo y a la izquierda.

Respecto a las sectas criptomarxistas, similares y conexos, ellas pretenden estar insertas en una lucha de clases. Después de tantos siglos no han aprendido que, a pesar de que la lucha de clases sea una realidad tangible, una clase nunca se suma como bloque a un proyecto político. Mantienen el fetichismo de clase en torno a los explotados (el proletariado y el campesinado) como si fuesen los únicos que padecen la cruel dominación capitalista y, por consiguiente, encarnaran a los únicos agentes de cambio. Ignoran o tergiversan el hecho palpable de que las luchas sociales contemporáneas son en buena medida policlasistas. Pero insisto, estos grupos hablan de unas clases oprimidas a las que nunca han convencido, organizado ni redimido. A su retórica incendiaria se la lleva el viento. En sus versiones más caricaturescas, esta izquierda vive con la esperanza milenarista de que algún día ocurra lo que leyó en algún manual de marxismo vulgarizado o del autor posmoderno de izquierda en boga. Todo lo que la realidad ofrezca que difiera del manual, está condenado a ser calificado de reformista, socialdemócrata, revisionista, pequeñoburgués o efímero. No sé si podamos esperar algo más de ella de lo que hemos obtenido en los últimos 50 años, pero definitivamente esta izquierda no cuenta con la solvencia político-moral necesaria para descalificar otros proyectos políticos. Menos aún cuando el único periodo en que se le ocurre aglutinarse en un frente para combatir a los candidatos burgueses es precisamente la coyuntura electoral. Y así empieza una vez más el simulacro de unidad, que termina invariablemente en un acostumbrado acto de canibalismo interno. Si la izquierda independiente no supera sus vicios históricos (vanguardismo, sectarismo, sobreideologización, purismo, dogmatismo, desconexión de las masas, indisciplina, etc.) y pretende sabotear otras iniciativas populares, con la intolerancia y la soberbia que la caracteriza, no sólo no va a crecer sino que corre el riesgo de extinguirse.

Sintetizo mi reclamo contra la izquierda independiente -en la que participé por años sin haber visto los macroresultados esperados- en el hecho de que no tiene un proyecto, un programa, una plataforma, una estrategia ni un lenguaje acorde con las circunstancias. La idea de que en la izquierda independiente somos mejores porque tenemos dignidad y no buscamos "huesos" ni beneficios personales, y somos muy anticapitalistas y antisistémicos, suena muy agradable al oído, pero hasta la fecha no ha tenido consecuencias políticas. Es más, cuando la izquierda tiene que refugiarse en discursos de pureza moral es porque no tiene absolutamente nada que ofrecer y encubre de ese modo sus profundas carencias. ¿Cuál es el proyecto de la izquierda ante temas como la narcoguerra, la conversión del país en feudos de criminales lumpemburgueses o una posible intervención militar de los Estados Unidos en México? Me temo que no tiene nada, nada visible o nada atractivo qué ofrecer. De ninguna manera desestimo las luchas populares, pero pareciera que todas las organizaciones sociales se hubieran convertido en comités defensores de los derechos humanos para luchar por las libertades civiles y políticas, por los derechos del medio ambiente o por la libertad de los presos, la presentación de los desaparecidos y la justicia para los asesinados, temas todos en los que se nos podría agotar la vida sin dejar espacio para la más necesaria y urgente discusión sobre la toma del poder. Desde luego, la izquierda revolucionaria que se prepara en la clandestinidad es un tema de discusión aparte; no podríamos criticar con elementos a un ente del que prácticamente no sabemos nada y que nos ha dado tantas sorpresas a lo largo de su historia.



VI. El PRD y la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador

En este apartado discutiré las interpretaciones con las que la izquierda ha pretendido descalificar por completo el proceso electoral y sabotear la votación de la sociedad civil a favor de AMLO. 

1. El PRD ya no es de izquierda, es parte del sistema político y es exactamente igual que el PRI y el PAN, por lo que la única alternativa es no votar y organizarse. Es innegable que muchos de los dirigentes del PRD -si no la mayoría- son exiliados o desertores del PRI y que este instituto político ha reproducido algunas de las prácticas más características de la cultura priísta. Sin embargo, el PRD tiene a su favor ser el único partido (del tripolio) que nunca ha cometido crímenes de lesa humanidad, y este es un dato que no debería tomarse a la ligera. Asimismo, pocos partidos políticos en el mundo han impulsado los derechos de las mujeres, de las minorías sexuales y de los grupos vulnerables, y el PRD es uno de ellos, aunque sólo haya podido hacerlo en la Ciudad de México, gracias al respaldo del movimiento ciudadano. En otro ensayo externé ampliamente mis críticas al PRD, ahora sólo quisiera enfatizar que el apoyo táctico a su candidato en la actual coyuntura electoral no significaría que hayamos perdonado u olvidado sus abusos, excesos, errores y omisiones, ni que le demos un cheque en blanco, ni siquiera que dejemos de ser oposición en el caso de que la izquierda electorera llegue al poder. Por otra parte, hay que tomar en cuenta que una parte del éxito de AMLO reside en su distanciamiento con el PRD y en la formación de una estructura paralela: el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), de carácter ciudadano. Quienes ante el desencanto por la izquierda electorera piensan que el voto nulo o la abstención son una alternativa, le dan la espalda no sólo a un candidato o a un proceso político electoral, sino al movimiento ciudadano de masas que se aglutina en torno a éste. Las elecciones convocan millones de voluntades, de tal suerte que no podemos decir que los comicios carezcan de legitimidad, máxime cuando las razones del abstencionismo  del 40% de la población tienen que ver con la apatía y no con la construcción de alternativas políticas ajenas a la vía electoral. La prueba de ello es que el anulismo no se ha consolidado como un grupo de presión que luche por transformaciones profundas. Así, por mucho que algunos califiquen las elecciones como simulacro y farsa, mientras no haya un consenso social en su contra, éstas seguirán siendo un instrumento de legitimación política. A la fecha, sólo los partidos más afines a la oligarquía han detentado el poder y han construído una democracia demofóbica. Los luchadores sociales genuinos han dejado los espacios de poder en manos de la derecha y de los lucradores profesionales. El único poder que ésta valora es el que obtiene a través del voto, y es ese precisamente el que la izquierda "verdadera" ha renunciado a quitarle, incomprensiblemente. MORENA podrá no corresponderse con las ensoñaciones de la izquierda, pero es el único instrumento tangible que existe en este momento para resquebrajar el monopolio de poder de la derecha más atroz. Finalmente, no se puede rechazar el voto como cuestión de principio, pues es la forma en la que líderes muchísimo más radicales que AMLO, como Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa llegaron al poder, con todos los pros y contras que queramos verle a sus gestiones.

2. AMLO es un liberal nacionalista, moderado, pequeñoburgués, populista, socialdemócrata,  demagogo (ponga aquí su adjetivo) y no nos representa. Creo que quienes desprecian a AMLO por no compartir la ideología que ellos enarbolan tienen un verdadero problema de paternalismo, pues están ávidos de delegar su representatividad en alguien que piense exactamente como ellos. El problema en ese caso no es AMLO, sino la incapacidad de la izquierda independiente para construir sus propios liderazgos representativos. Desde luego, la izquierda se ha entrampado entre su rechazo declarativo a los liderazgos y su necesidad política y emocional de los mismos. Hay diversas razones por la que un sinnúmero de personas de izquierda apoyamos a AMLO, una de ellas es porque es el único candidato en el espectro político electoral que no pertenece a la oligarquía y se opone a la privatización de recursos estratégicos. AMLO no tiene empresas, propiedades en el extranjero u otros bienes derivados de su paso por el servicio público, a diferencia de los otros tres candidatos. Quienes dan por sentado que, de ser presidente, va a defender los intereses de la oligarquía, soslayan que la política depende de correlaciones de fuerzas, y que AMLO hará o dejará de hacer cosas en función de cuál sea la presión más fuerte que reciba. AMLO aglutina a expresiones ideológicas muy diversas e incluso antagónicas, por lo que no es tan fácil preveer a cual corriente seguiría de ser presidente. Así, rechazarlo en función de lo que se piensa que hará o dejará de hacer, es un pasatiempo digno de la ciencia ficción. En ese tenor, lo que parece más desorbitado es criticarlo porque no se ha propuesto la liberación de los oprimidos o el fin de la dominación capitalista. De hecho, ningún gobierno revolucionario ha logrado tal cosa en la historia. Finalmente, no deja de ser curioso que la derecha más patológicamente ignorante llame comunista a un político al que la izquierda comunista más ortodoxa repudia con todo su ser.

3. AMLO está rodeado de exsalinistas y políticos nefastos. Es notable cómo, tratándose del sr. López, hay un énfasis casi enfermizo en remachar sus defectos, así como los de quienes lo rodean. Nada está más lejos de mis intenciones que exculpar a los señalados, algunos de los cuales cuentan en efecto con un negro historial, son indefendibles y deberían ser llamados a juicio. No obstante, dentro de las luchas sociales también hay gente de dudosa calidad moral, con quienes a veces es inevitable trabajar conjuntamente, en aras de un interés superior. El punto es que, en la política, como en el amor, nunca existen las personas ideales. Por negligencia, apatía o nihilismo, hemos dejado la política institucional en manos de un ejército de lucradores profesionales sin integridad moral. Pero la izquierda independiente misma está plagada de gente poco idónea, a la que nunca podríamos confiarle el destino de una nación. ¿Habrá algún depósito oculto y poco accesible de donde podramos extraer mexicanos probos, confiables y sin mancha? Lo dudo y permítaseme apelar al prosaico dicho popular: "con estos bueyes hay que arar", aunque desde luego, hay niveles que van de lo aceptable a lo inconcebible. En la alta política no hay nada tan escaso como la lealtad y la camaradería, de ahí que las alianzas se pepenen como el pan nuestro de cada día. No se puede negar que AMLO, a diferencia de los equipos  de los candidatos presidenciales del PRI y el PAN, también tiene a intelectuales, artistas y académicos valiosos a su lado. Finalmente, quienes votaremos por AMLO no lo hacemos porque queramos ser cómplices de los malos que lo acompañan. No estamos pidiendo nada a cambio, sólo aspiramos a construir otras condiciones de acción y otro escenario político.

3 bis. (Continuación de la anterior pero con argumentos más rupestres). AMLO es un caudillo mesiánico, autoritario, soberbio, intolerante y confrontativo. El énfasis excesivo en analizar las características de una sola persona obedece a la cultura presidencialista y paternalista que heredamos del PRI (herencia que, dicho sea de paso, no podremos eliminar con fórmulas simplonas de manual de autoayuda enfocadas en la voluntad). Si la izquierda hubiera tenido la capacidad para construir múltiples liderazgos, probablemente AMLO no habría alcanzado tal realce público. Algo que en otras circunstancias podríamos ver como un defecto (su caudillismo) en las actuales condiciones puede ser una virtud. Tal vez tendríamos que agradecer que AMLO no sea un producto chatarra telegénico, y que la construcción de su liderazgo le haya tomado décadas de contacto permanente con la gente. La idea de que tiene una personalidad mesiánica parece una invención mediática que no vale la pena rebatir.  Por el contrario, hay quienes creen que AMLO tiene las posibilidades de resolver todos los problemas del país, y son ellos quienes están en el error, pues la responsabilidad es colectiva. Respecto al autoritarismo, no cabe duda de que AMLO tiene un estilo político chapado a la antigua, sin embargo, ha demostrado que no es un represor ni un partidario de la mano dura. No importa tanto si ha dado muestras de inflexibilidad en el pasado como la capacidad del movimiento social organizado para ejercer una presión efectiva y negociar con él sus demandas. AMLO ha sido criticado por la izquierda independiente por no haber sido más radical ante el fraude electoral del 2006. Otros miles de personas lo condenan por el plantón en Reforma. Su postura es sumamente delicada porque la ciudadanía está polarizada. En una sociedad tan dramáticamente dividida entre una ala plural progresista y un ala de derecha más o menos unificada, es imposible encontrar el justo medio. Cuando se trata de defender causas de interés público, AMLO no ha vacilado en impulsar la movilización social, a sabiendas de que los medios fomentarán su imagen como violento y populista. Esto habla bien de su congruencia con sus convicciones personales, pero también nos conduce a un cuestionamiento más profundo: si la telecracia no permite siquiera el triunfo de un un candidato mesurado en sus formas de protesta pública, ¿cómo planean otras fuerzas más radicales someter a la oligarquía y a los medios?
México es la tierra de los descabezados, el infierno que ni Dante pudo haber imaginado. Tachar a alguien como AMLO de confrontativo o violento por haber promovido un plantón en la Avenida Reforma es desmesurado y patético.


4. El proyecto de AMLO es moderado y no va a resolver los grandes problemas nacionales. 

Un sector de la izquierda y la derecha en general coinciden en haber hecho de AMLO el obscurso objeto de su odio. Cuando la derecha más atrasada y la izquierda que se dice de avanzada coinciden, hay que asustarse. Cuando por fin estamos en una coyuntura en la que podríamos arrebatar el espacio electoral a la derecha, la izquierda "pura" se apresta a boicotear la unidad popular. Una izquierda que descalifica a un movimiento de masas progresista, se desacredita a sí misma. Me parece inadmisible el argumento de que no hay que criticar a la izquierda electorera para no hacerle el juego a la derecha, pero en el momento presente, sólo la derecha puede celebrar las profundas divisiones en el seno de la izquierda y el movimiento progresista.


Nota sobre el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, las víctimas de la guerra y la coyuntura electoral

De los grandes problemas estructurales que padece México (pobreza, desempleo, inseguridad, etc.) uno de los que ha transformado más hondamente las relaciones sociales es, sin duda, el de la cotidianización de la barbarie. En seis años la sociedad ha escalado a unos niveles de violencia que, por sus características y su frecuencia, no se habían visto desde la revolución de 1910. Esta violencia no es espontánea, sino producto de tres décadas de neoliberalismo, así como de la creación de un libre mercado clandestino por el que circulan drogas, armas y personas despojadas de sus derechos. El adelgazamiento del Estado y la abdicación de sus funciones sociales provocó que millones de mexicanos migraran a los Estados Unidos, se insertaran en la economía informal o se involucraran en el crimen organizado. No ha habido hasta la fecha una rectificación ni una disculpa. Los gobiernos neoliberales siguen sin entender que no pueden arrojar a millones de personas vivas a la basura sin que esto se traduzca en la destrucción irreversible del tejido social. La profunda anomia en la que vivimos es el resultado más inmediato de dejar a la gente a su suerte, para que se las arregle como pueda, y si no tiene imaginación autogestiva, peor para ella. Los desechos sociales han cobrado forma en la modalidad de ejércitos de sicarios, de entre 12 y 35 años de edad. Estos jóvenes han crecido en medio de privaciones y sin ningún referente moral,  por lo que están dispuestos a cometer las peores atrocidades a cambio de dinero y un status de respetabilidad forzada, todo lo cual les fue negado dentro de la legalidad. No sólo buscan lo que se les negó, también están ávidos de venganza. Sus crímenes no tienen perdón humano y francamente no sé qué clase de dios podría perdonarlos. No obstante, más imperdonable aún resulta el hecho de que desde el Estado se sigan fomentando la precariedad y el abandono social más extremo. Es un imperativo político-moral poner fin al neoliberalismo, pero decir esto en una sociedad que parece haber claudicado en las normas morales, parece una meta muy difícil de alcanzar.

La contraparte de este crimen sistémico es la multiplicación exponencial de las víctimas. Todos los que carecemos de poder y representación real somos víctimas sociales, pero lo que resulta verdaderamente lesivo para la raza humana es la existencia de seres humanos descuartizados, desollados, torturados, violados, asesinados con los métodos más salvajes o desaparecidos sin dejar rastro. No hay palabras, lágrimas, gritos ni silencios que alcancen para describir el efecto que esta violencia sistemática y normalizada tiene sobre quienes aún conservamos valores humanos, ya no se dija sobre los familiares de las víctimas de estos ultrajes. Un sector de mexicanos compartimos una depresión crónica ante esta ola de sangre, dolor, angustia e incertidumbre. A ellos dirijo las siguientes reflexiones.
                                                                           
                                                                                ***

Personalmente, me tiembla la mano para escribir sobre este tema porque me provoca un sufrimiento inefable y no ha habido un sólo día desde el 2004 en que no haya tenido un pensamiento dedicado a los muertos y los desaparecidos. No, no tengo la desgracia de tener un familiar en esas circunstancias, pero en ese año comencé a apoyar a los familiares de los desaparecidos de la guerra sucia de los '60 y '70 que no estaban organizados bajo ninguna instancia. La mayoría de las madres de desaparecidos que conocí han muerto en los últimos ocho años sin haber recibido nunca apoyo, solidaridad ni una palabra de consuelo de ninguno de los movimientos que ostentan la representatividad de las víctimas. Mientras Rosario Ibarra pretendía detentar el monopolio del sufrimiento y hacer con él un chantaje moral para obtener cargos de representación popular una y otra vez, había otras mujeres campesinas en la sierra de Atoyac que se dormían con la esperanza puesta en un milagro que les hiciera conseguir dinero para poder comprar medicinas, porque no querían morir de enfermedades -originadas en el desamparo y el dolor- sin encontrar a sus hijos, esposos o hermanos. Visualizar estas disparidades e injusticias fue muy aleccionador para entender que un movimiento que se preocupe seriamente por las víctimas debe enfocarse en las cuestiones más elementales, tales como: censar a las víctimas, tejer redes de solidaridad a su alrededor, procurar que ellas tengan una defensa legal adecuada, impulsar sus casos a través de la difusión, no revictimizar a la gente al dividir sus casos entre "paradigmáticos" y del montón, etc. En México se procede exactamente a la inversa: algunas organizaciones de derechos humanos se enfocan en el cabildeo para impulsar reformas jurídicas, necesarias desde luego, pero de las cuales las víctimas rara vez ven beneficios concretos, mientras que otras sólo atienden los que a su juicio son los casos más representativos de violaciones graves a los derechos humanos. No hay ninguna iniciativa de defensa colectiva del sujeto colectivo que fue agraviado colectivamente, valga la cacofónica tautología.

Con el desarrollo de la "narcoguerra" he sentido como si todo el horror que había descubierto en el estudio de la guerra sucia del pasado y en el encuentro con los agraviados fuese un día de campo al lado de una malignidad químicamente pura que cobra decenas de víctimas fatales todo los días sin excepción, desde diciembre de 2006 hasta el día de hoy, sin que nadie pueda pronosticar cuándo acabará la pesadilla. Desde el principio supe que, contrariamente a la versión oficial del "ajuste de cuentas entre narcotraficantes", la mayoría de las víctimas eran civiles inocentes, pues en diversos espacios escuché testimonios directos de sus familiares. Las vendettas se empezaban a enfocar no contra un sólo individuo sino contra familias enteras. Si alguien tenía la desgracia de tener un vínculo sanguíneo con una persona involucrada en tales actividades, tenía altas probabilidades de ser extorsionado, secuestrado o "levantado" por las células o comandos paramilitares al servicio del narco, la mayoría de las veces con el apoyo directo o indirecto de policías y militares. Pero muchas veces ni siquiera había tal parentesco, se trataba de confusiones y fallas en el sistema de inteligencia de los criminales. El problema evolucionó hasta llegar a las dimensiones actuales, en que los sicarios secuestran, matan, torturan o desaparecen no sólo con el objeto de vengarse, disputar un territorio u obtener una ganancia económica, sino por mera cuestión de entrenamiento y, en los casos más patológicos, por simple y llana diversión.

Quisiera suponer que exagero cuando digo que el país está destruído, pero al hacer un recuento de los municipios y ciudades controlados por el crimen organizado y la tendencia ascendente en la pérdida de control territorial por parte del Estado, me doy cuenta de que tal vez la verdad sea mucho más atroz y no me atrevo a pensarla. ¿Es irreversible el daño causado a la integridad nacional? ¿Hay alguna forma de impedir que el narcotráfico sea uno de los negocios ilegales más lucrativos del mundo? ¿Existe una fórmula para que la "narcoguerra" no atente contra la viabilidad del Estado o la simbiosis entre la narco-oligarquía y el Estado es un hecho consumado? Sin desestimar todo lo que se ha hecho en materia de análisis, investigación, propuestas, etc., me atrevería a decir que nadie ha ofrecido una solución integral, que pase por la lucha contra la economía paralegal liberalizada, que es la verdadera raíz del mal. 

Con el surgimiento del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) se encendió la esperanza en muchos corazones que vivíamos con una tristeza pegada al cuerpo como sombra fiel. Sin embargo, el movimiento volvió a incurrir en los vicios que caracterizaran a experiencias similares del pasado: división entre un ala moderada y otra radical, énfasis en casos paradigmáticos, insuficiencia de vida democrática interna, toma de decisiones cupulares y el protagonismo desbordado de un solo líder, encarnado en la figura de Javier Sicilia. Mientras el movimiento se ha anotado algunas victorias en su cabildeo institucional (del que la Ley General de Víctimas es el resultado más tangible) no parece haber sido capaz de crear una red de socorro efectivo para decenas de miles de agraviados que se encuentran en una situación desesperada. Por otra parte, a nivel mediático, el discurso y los gestos religiosos de Sicilia han llamado más la atención que las cuestiones de fondo.

Desde mi humilde y marginal punto de vista, uno de los problemas del MPJD es que no se conforma con tener una agenda de derechos humanos ni busca resolver las necesidades inmediatas de las víctimas, sino que se ha propuesto una agenda de reforma política que se queda muy corta ante la magnitud de los retos y que, tal y como ha sido expuesta, parece más una iniciativa de un grupo con intereses no muy claros que el acuerdo consensuado de las víctimas. Además, dicha agenda es promovida como algo perentorio y y no sujeto a discusión. Opino que las iniciativas que contiene son estrechas y su alcance muy limitado, no propone un combate a fondo a los problemas estructurales.

En la actual coyuntura electoral, el MPJD ha emplazado a los candidatos presidenciales a hacer un pacto de unidad nacional para impulsar acuerdos comunes, al margen del ganador. El tiempo se agota y es inútil pedir a los candidatos que renuncien a sus intereses de grupo, que den por perdidos los millones que han invertido en sus campañas y que anulen los compromisos que han hecho con el capital nacional y trasnacional. Asimismo, la depuración interna que le exige Sicilia a los candidatos en sus partidos es un absurdo kafkiano, puesto que dos de los cuatro candidatos deberían estar tras las rejas: Enrique Peña Nieto por el crimen de Atenco y Josefina Vázquez Mota por el desvío de recursos para campañas electorales durante su paso por la SEDESOL.

Por otra parte, Sicilia defiende apasionadamente el voto nulo como la única forma de mantener la pureza del MPJD, especie de vanguardia moral del país, a razón de que las víctimas han sido discriminadas en las propuestas electorales. Por consiguiente, el poeta considera que los millones de mexicanos que saldremos a votar a las calles no tenemos dignidad ni escrúpulos. Mi postura personal al respecto es un choque estruendoso entre mi razón y mi moral. He visto a los familiares de los desaparecidos tocar todas las puertas de todas las instancias locales, estatales y federales, sin obtener respuesta alguna. Me han contado cómo han buscado a sus seres queridos en fosas clandestinas, en medio de jirones de ropa, huesos, dientes, sangre seca y carne en descomposición, así como en sórdidas morgues donde les han mostrados colecciones de cabezas irreconocibles. Sé que padecen insomnio, pesadillas y todos los síntomas del stress postraumático. Su vida se consume entre la incertidumbre y la esperanza de tener alguna noticia que les devuelva el alma al cuerpo. Sé que difícilmente pueden hablar de lo que sienten porque se les hace un nudo de opresión en el pecho, un vacío en el estómago y se derriten en un mar de llanto. El suyo es un sufrimiento tan absoluto e inconmensurable que me repugna infinitamente la idea de que alguien quisiera hacer uso de él con fines políticos.

Si algún candidato hubiera utilizado a las víctimas como slogan de campaña, señuelo o fetiche, hubiera comprometido seriamente su imagen pública. EPN y JVM obviaron el tema de las víctimas porque como funcionarios públicos o representantes populares fueron corresponsables del problema y han demostrado que los daños colaterales los tienen sin cuidado. AMLO lo ha manejado con prudencia, tomando distancia y hablando en términos generales sobre el combate social a la violencia, la inseguridad y la inequidad. Si hubiera hecho lo contrario lo habrían tachado de oportunista. Quadri se ha manifestado a favor de la continuación de la estrategia calderonista que ha enlutado al país y no fue sino hasta los Diálogos por la Paz en el Castillo de Chapultepec que externó empatía por las víctimas.

En suma, creo que las víctimas acumulan demasiado agravio y es absolutamente legítimo que a título personal se abstengan de participar en el proceso electoral; sería mezquino y abyecto lincharlas por eso. En donde no estoy de acuerdo es que se utilice una postura moral como estandarte político para plantear una especie de chantaje. Quisiera, como muchos, que la política se hiciera bajo estrictos principios éticos, pero eso en México sólo ha pasado excepcionalmente y en esta coyuntura de envilecimiento nacional, no es algo que vaya a ocurrir. En términos exclusivamente morales tenemos que combatir esa falta de ética. En términos estrictamente políticos, no es estratégico actuar bajo la lógica de que si no pasa exactamente lo que uno quiere habría que anular todo el proceso.

Afortunadamente, Javier Sicilia no es un líder individualista en busca de beneficios personales, sin embargo, pretende que el país gire en torno a las víctimas, ni siquiera al total de ellas, sino a las que se han agrupado en el MPJD. El poeta critica que el proceso electoral no se detenga y que no se convoque a los actores para acordar un pacto de unidad nacional, pero siendo realistas los intereses económicos que están en juego hacen imposible un acuerdo entre los de abajo y los de arriba, víctimas y victimarios. También cuestiona que el triunfo de un candidato -en concreto AMLO- vaya a resolver los grandes problemas nacionales, pero la agenda política que en su calidad de vocero del MPJD ha propuesto, está muy lejos de darles salida. Siendo honestos, sólo una plataforma política internacional basada en la legalización de las drogas y en un control estricto sobre su producción y distribución, podría acabar con la guerra en México.

A estas alturas, puesto que el MPJD ha dejado de actuar exclusivamente como un referente en la defensa de los derechos humanos y se ha constituido en un grupo de presión, lo más sano y lo más correcto es que deje de actuar en nombre de las víctimas y se declare abiertamente político, para dejar de mezclar niveles. Probablemente es algo que digo muy desde mi subjetividad, porque el dolor de esa gente es para mí sagrado y no quiero que nadie lo utilice para ninguna finalidad, aún si se tratase del más noble cometido.

Finalmente, creo que lo que Javier Sicilia no ve es que la apuesta de millones de mexicanos que participaremos en las elecciones parte de una esperanza moral. Nosotros también estamos hasta la madre de ver correr flujos de sangre por doquier y de que México sea un referente mundial en violencia y otras cosas terribles (véase mi post Algunos indicadores sobre México). Dudo que alguien tenga autoridad para decirle a la gente que se espere otro sexenio mientras nos ponemos de acuerdo para impulsar la unidad nacional. Llamar a los ciudadanos a soportar otro sexenio del PRI o el PAN (dos de los partidos que han contribuido ampliamente a la tragedia actual) y no darle a la izquierda electorera la oportunidad de promover reformas, así sean parciales e insuficientes, es política y moralmente inaceptable. Así, mientras respeto el abstencionismo de las víctimas y sigo dispuesta a caminar a su lado y a darles la mano, como lo he hecho siempre que mis condiciones me lo han permitido, también pido respeto para mí y para todos aquellos que creemos que con AMLO se escribirá un futuro distinto al que ofrece la derecha más atroz. No sé si será sólo distinto o muy distinto, pero sé que eso depende enteramente de nosotros, de nuestra capacidad de respuesta y organización y de nuestra entereza para hacer frente a la barbarie.

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