El triunfo inminente de "Juntos haremos historia" y la izquierda mexicana

Por tercera ocasión desde 2006 a la fecha, el liberal de centro-izquierda Andrés Manuel López Obrador contiende para las elecciones presidenciales en México y tiene todas las posibilidades de ganar, no por sus méritos en campaña sino porque décadas de administraciones desastrosas del PRI y el PAN han puesto a la ciudadanía directamente en manos del político más controversial de México. Por primera vez en su historia, el país tendrá un presidente que no será impuesto por un partido de Estado ni comprado por la elite económica, sino elegido por voluntad popular. Ningún otro político mexicano ha despertado pasiones tan encontradas como AMLO, quien desde que reveló sus aspiraciones presidenciales cuando era jefe de gobierno de la Ciudad de México (2000-2006) ha sido objeto de una campaña sistemática de difamación en su contra debido a su plataforma populista y al fervor cuasi religioso que genera. A diferencia de la campaña del miedo de 2006, que logró convencer a algún segmento de la población de que AMLO era un socialista y un peligro para México, en esta ocasión el tabasqueño se ha beneficiado de un fenómeno semejante al de la campaña de Trump del 2016: pareciera que mientras más ataques recibe por parte de los medios de comunicación y sus rivales políticos, mayor es el apoyo popular que suscita. En un país donde la política es sinónimo de corrupción, deshonestidad, truculencia y violencia cruda, AMLO es el único miembro de la clase política que deriva toda su fuerza de su conexión especial con las masas. En esta entrada analizaré al hombre fuerte de México, a sus aliados y detractores y plantearé preguntas cruciales para lo que queda de la izquierda mexicana.


Andrés Manuel López Obrador: el hombre fuerte de México
AMLO resulta un personaje difícil de escudriñar, rodeado como está por una bruma de mitos que tanto simpatizantes como enemigos han construido con ahínco. Las certezas sobre su persona son pocas. Allende su origen social clasemediero en el Tabasco semirural y su origen político priísta, AMLO ha destacado por cuatro elementos: primero, por su lucha genuina por la democracia electoral en su natal Tabasco, la cual lo llevó a ejercer estrategias de resistencia civil y acción directa, como la toma de los pozos petroleros de PEMEX para protestar por el fraude en la elección estatal de 1995. AMLO se comportó como un luchador social pero sus miras desde entonces eran muy cortas: su objetivo (que sería el de toda su vida) era la construcción de una democracia liberal confiable a través de elecciones limpias y transparentes. El segundo aspecto ha sido la tenacidad, la cual ha mantenido a AMLO en los reflectores de la política a lo largo de tres décadas. Desde 1988 en que AMLO se sumó a la corriente que rompió con el PRI para formar el Frente Democrático Nacional (FDN, antecesor del PRD), fraude tras fraude ha vuelto a la contienda, cada vez aspirando a cargos de elección popular más altos. Esto ha dado lugar a que se especule que AMLO es o un vulgar ambicioso enfermo de poder o bien un personaje con una tendencia mesiánica que lo lleva a creer que él y no otro es el elegido para llevar a cabo las transformaciones que México necesita. El tercer aspecto ha sido que, como servidor público, AMLO ha sido honesto y ha mostrado una sensibilidad social que, contrariamente a lo que pudiera esperarse, no es nada común en la función pública. Desde su posición como funcionario del Instituto Nacional Indigenista (INI) en los setenta hasta la jefatura del gobierno de la Ciudad de México, AMLO implementó programas para mejorar el nivel de vida de los sectores vulnerables. Su compromiso con los desposeídos es auténtico, a pesar de que AMLO no sea un agente anti-sistema que busque el reparto justo de la riqueza. El cuarto aspecto ha sido la capacidad de AMLO para nuclear alianzas en torno a su liderazgo. Quienes deseen formar parte de su red, al margen de su adscripción política previa, deben aceptar su papel de caudillo cuasi decimonónico. Esto no significa que AMLO sea un autoritario que no negocia nada, como lo retratan sus enemigos. Precisamente es su capacidad para negociar con diversos grupos la que lo ha llevado a crecer. En un país lleno de líderes mafiosos y líderes famosos pero sin tracción nacional, como el Subcomandante Marcos-Galeano, AMLO se ha convertido en el líder con la base más amplia de seguidores en todo el país. Esto quedó plenamente demostrado cuando AMLO rompió con el PRD para formar y encabezar su propio partido político en 2012, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). A AMLO no sólo lo siguieron varias tribus perredistas cual Moisés por el desierto, sino que logró ampliar su nivel de simpatizantes y, por ende, votantes, condenando al PRD a la irrelevancia social. Con un discurso basado en el perdón y la reconciliación, AMLO buscó a antiguos enemigos para incorporarlos a su plataforma, sumando así a políticos caídos en desgracia de todos los partidos: PRI, PAN, PRD, PT, Verde, PES. Además, AMLO ha sumado el apoyo de diversas organizaciones y sindicatos y de grupos de la izquierda paraestatal (esto es, la izquierda que busca crecer a través de redes clientelares al servicio del Estado). Lo que unifica a esta varipinta coalición frankensteiniana no es un programa político sino el liderazgo de AMLO.

AMLO aspira a la posición de poder más alta del país, a pesar de no ser un gran estadista. AMLO es el gran líder indiscutido de las masas, pese a no ser un gran orador ni tener méritos extraordinarios en el servicio público. AMLO será, si aceptamos lo que muestran unánimemente las encuestas, el primer presidente que encabece una auténtica transición democrática en México, a pesar de su idea anacrónica de la democracia como sinónimo de elecciones limpias. Estas paradojas no dicen tanto de AMLO como del país que ha cobijado su ascenso. En México las masas adoran a los caudillos mesiánicos desde hace siglos, quien no comprenda eso necesita revisar a fondo la historia de México desde el periodo virreinal tardío. En los últimos dos siglos, la sociedad mexicana en su conjunto ha sido deficientemente ciudadanizada a pesar de haber atravesado por convulsiones profundamente radicales, tales como el proceso de independencia (1810-1821), la formación del Estado-nación (1821-1867), la modernización liberal (1867-1910), la revolución (1910-1920) y la posrevolución (1920-1982). Cuando la sociedad había alcanzado un mínimo de derechos y conciencia ciudadana, el neoliberalismo arrasó con sus conquistas históricas (1982-2018), dejando al país sumido en una profunda catástrofe humanitaria y social. Los esfuerzos de la sociedad civil por recuperar sus derechos han sido sistemáticamente sofocados. Peor aún, desde 2006 el país se encuentra en una guerra contra las drogas que nadie pidió ni votó, la cual fue producto de un pacto entre las élites de Estados Unidos y México y que pareciera no tener otro fin que mantener el dinamismo de la redituable economía ilegal y alimentar el complejo militar-industrial de los Estados Unidos. Esta guerra, con sus más de doscientos mil muertos y casi cuarenta mil desaparecidos, sus cientos de miles de desplazados y torturados, nos ha despojado de nuestra humanidad y nos ha condenado a la bancarrota moral absoluta. Por eso, a diferencia del 2006 y el 2012, el discurso de AMLO de 2018 en torno al amor, el perdón, la reconciliación, la honestidad, la renovación moral y el fin de los privilegios resuena poderosamente en una sociedad que pareciera haber agotado sus vías de salida y que sólo quiere la paz y la prosperidad. La sociedad que voltea a ver con fe y esperanza al salvador político no es una construida por ciudadanos, por el contrario, es una sociedad pulverizada, aterrorizada, desmovilizada, dolida, despojada de sus derechos fundamentales y anestesiada no sólo por la desinformación, sino también por el exceso de información. Las expectativas que un amplio sector de mexicanos ha colocado sobre AMLO de tan elevadas, no son realistas. Ningún hombre, ningún presidente, ninguna administración de seis años puede reparar ni mínimamente el daño que se le ha hecho a México, su territorio y su gente. Estando en campaña y sin querer arriesgarse a perder un solo voto, AMLO no ha querido reconocer que el cambio no podrá venir de arriba hacia abajo, por más buenas que sean las intenciones de los gobernantes. En México todos los cambios significativos han sido producto de choques violentos entre la parte de la sociedad que se resiste a morir y la que quiere nacer a un nuevo orden. No hay motivos para pensar que en el siglo XXI los cambios tendrían que seguir otro patrón.

AMLO entre Escila, Sísifo y un programa anacrónico
Las fuerzas vivas de México, la oligarquía financiera, los dueños de holdings, los rings de lavadores de dinero, la Escila del capitalismo, no le perdonan a AMLO que no sea parte de su club de traficantes de influencias, ni que adolezca de la aspiración a tener un estilo de vida opulento. Al menos desde el sexenio de Miguel Alemán se impuso la tradición de que los políticos se convirtieran en aliados y cómplices del sector privado y que pasaran a ser inversionistas o accionistas una vez concluida su función pública. Si bien durante la era posrevolucionaria el PRI, en su calidad de partido de Estado, tenía el derecho exclusivo a definir la política económica, siempre procuró los intereses del empresariado a través del fomento de prácticas proteccionistas, monopolistas y oligopólicas, las cuales se mantuvieron aún en la era neoliberal, contraviniendo la ortodoxia económica librecambista. De esta manera, mientras que la oligarquía difunde el mito de que se hizo a sí misma con el sudor de su frente, en realidad tiene el sello de fábrica del PRI. De no ser por la torpeza populista de Echeverría y López Portillo, las elites económicas jamás hubieran roto con el partido del que derivaron todos sus privilegios. En su resentimiento extremo, los oligarcas aún comparan a AMLO con aquellos presidentes de triste memoria y legado, desconociendo que el populismo de LEA-JOLOPO tuvo el propósito de conjurar  un estallido social magno que acabara con el dominio del PRI, mientras que el populismo de AMLO busca sepultar este último.

Para la oligarquía, el que AMLO no comparta su adoración por el dinero ni la búsqueda de acumulación de capital a cualquier costo (social, humano o ecológico), lo convierte en el enemigo público número uno, por lo que los empresarios mexicanos no han escatimado recursos ni esfuerzos por aplastarlo desde el 2004, cuando la administración de Fox intentó maniobrar para desaforarlo. Con su estilo de vida clasemediero y austero, AMLO contraviene el principio básico de la subjetividad burguesa, que busca extender a todas las clases sociales los valores burgueses como la máxima expresión de lo deseable. Por su color de piel moreno, su acento regional y su nacionalismo old-fashioned, AMLO tampoco encaja entre la elite criolla blanqueada que pondera el uso del inglés sobre el español y que le otorga un valor positivo a la colonización cultural anglo-estadounidense. Para la elite no cuenta que AMLO se haya casado en segundas nupcias con una mujer rubia con un apellido alemán, puesto que ella no proviene de una de las grandes familias de alcurnia ni está emparentada con ningún magnate. Por encima de todo, la oligarquía no le perdona a AMLO que haya echado mano del repertorio de la acción colectiva de los "revoltosos": las marchas, los mítines, los plantones, los bloqueos. Para la elite, AMLO es un socialista que quiere quitarles sus privilegios, sus prebendas, sus facilidades para comprar al poder público en abonos chiquitos (chiquitos en proporción a sus ganancias multimillonarias, pero nada despreciables para un servidor público corruptible).

Para la izquierda que no simpatiza con AMLO ni con el proyecto de MORENA --esto es, la izquierda social independiente, los neozapatistas, los anarquistas y los grupos guerrilleros--, no hay un despropósito más grande que pensar que AMLO sea un luchador social de izquierda que quiere acabar con la dominación burguesa. Esta izquierda a la que identifico con el mito de Sísifo porque pareciera condenada a repetir una y otra vez sus mismas estrategias de lucha sin ningún resultado, está aún más lejos que MORENA de promover un cambio en México. Sus fracasos recurrentes la han llevado a atrincherarse en un discurso de pureza moral desde el que critica despiadadamente todo lo que no sea unilateral y unívocamente anticapitalista, antineoliberal y anti-Estado burgués. Esta izquierda ha demostrado un enorme talento para exhibir a los personajes monstruosos de la alianza "Juntos haremos historia" y para encontrarle falencias, limitaciones y defectos al programa de MORENA, sin embargo ha sido incapaz de ofrecer una alternativa convincente a la sociedad mexicana. El fracaso estrepitoso de Marichuy --vocera del Consejo Indígena de Gobierno del Congreso Nacional Indígena-- en la obtención de firmas para una posible candidatura independiente, ameritaba que quienes diseñaron semejante estrategia salieran a dar explicaciones sobre los mensajes contradictorios de la campaña y el bajísimo impacto que éstos tuvieron en lapoblación, mas nadie salió a criticar nada más allá de la partidocracia y las instituciones mafiocráticas. En general, la izquierda independiente no ha tenido la más mínima humildad para ejercer una autocrítica sobre su incapacidad para infundir sus valores a los oprimidos, a los que busca o cree representar. Esta izquierda tampoco ha analizado las causas de su fracaso en la lucha por la hegemonía cultural. Hoy por hoy, en el amplio campo de la oposición al régimen, AMLO es el que ha ganado dicha hegemonía y la izquierda no parece capaz de entender qué es lo que hizo el tabasqueño para lograrlo ni qué es en lo que ella ha fallado drásticamente. La izquierda se ha encerrado en un discurso de víctima perpetua de la maldad del Estado represor, sin una estrategia efectiva para contrarrestar a los aparatos ideológicos estatales, que han logrado convencer a todos aquellos que tienen un enorme atraso político de que los revoltosos son un peligro para la paz pública y que es perfectamente normal que sean violentamente reprimidos. Es lamentable que para descalificar a AMLO la derecha diga que es socialista, como si eso fuera un anatema o un sinónimo de perversidad política. La izquierda ha fracasado incluso en hacer del conocimiento público lo que es realmente el socialismo y cómo México tiene una larga tradición de lucha por el socialismo, digna del máximo aprecio.

La izquierda independiente parece estacionada en un periodo anterior al fin de la Guerra Fría, cuando los comunistas de todo el mundo solían creer que sus fuerzas bastaban por sí solas para acabar con el capitalismo, el imperialismo, la hegemonía burguesa, etc. Lamentablemente la izquierda independiente aprendió poco o nada del exterminio de la generación más extraordinaria de revolucionarios socialistas mexicanos, quienes durante la década de los 1970 conformaron decenas de organizaciones guerrilleras. Tales grupos constituían una minoría con una gran desventaja de poder poltítico y de fuego, lo cual no les impidió ser aguerridos, intrépidos, abnegados y generosos hasta el sacrificio de sus militantes. El resto de la izquierda los veía como unos apóstoles de caverna incapaces de convencer a las masas de seguirlos a la tierra prometida. Y así fue como cientos de jóvenes idealistas y heróicos fueron inmolados con sevicia, sin que esas masas por las que morían derramaran una sola lágrima por ellos. La izquierda del siglo XXI haría bien en salir de su trinchera de pureza moral y victimismo para plantearse, al menos, tres asuntos prioritarios: 1) Cómo conquistar la hegemonía cultural? 2) Cómo dejar de ver al Estado como mero terror institucionalizado para comprender sus múltiples dimensiones y la diversidad de sus relaciones con la sociedad? 3) En verdad pueden las fuerzas de izquierda por sí solas, de manera autónoma y autosuficiente, llevar a cabo las transformaciones que México necesita o deberán aliarse con otras fuerzas para impulsarlas? La izquierda tiene un gran camino qué recorrer para reinventarse, reconstruirse, rearmarse y volver a ser relevante en la esfera pública. México es un país en el que las contradicciones sociales se dan a un nivel extremo y no puede darse el lujo de quedarse sin izquierda, la única fuerza que prioriza el poder popular, la justicia social, la igualdad de oportunidades, la distribución equitativa del poder y el fin de la opresión de clase, raza y género. El país requiere de una izquierda unida, fuerte, actualizada y capaz de impulsar cambios concretos. Nadie necesita una izquierda de comunicados y pronunciamientos grandilocuentes, sectarismo extremo y encuentros "inter" esto y aquello que no conducen a nada.

La izquierda independiente ha dicho no a AMLO porque él no busca desterrar de una vez y para siempre el neoliberalismo; porque cree que el problema de la administración pública es la corrupción y no la concentración oligopólica del capital; porque piensa que es posible la unidad de los contrarios a través del nacionalismo y no entiende la fase tan álgida de la lucha de clases por la que atraviesa el país; porque no tiene una agenda radical de derechos humanos; porque propone soluciones domésticas a problemas trasnacionales, etc. La izquierda no le perdona a AMLO que esté instalado en un liberalismo decinomónico y que no comparta su mismo horizonte. La izquierda no entiende por qué a AMLO no lo conmueve ni lo interpela lo mismo que a ella; los caudales de sangre derramados por sus mártires, las hazañas de la clase obrera en la conquista de sus derechos frente a los patrones explotadores; las proezas no menos grandes de los luchadores sociales que han peleado por mejorar las condiciones de acceso a los servicios, la salud, la educación, la vivienda, la tierra, el agua y otros recursos para millones de mexicanos. Definitivamente, AMLO no comparte la subjetividad ni la cultura política de la izquierda. Y la izquierda sufre porque el gato pardo no es gattopardo, sin detenerse a pensar si podría sacar algún beneficio de esa situación.

Por otra parte, la izquierda no ve hacia sus propias limitaciones: su ideología desdibujada cuando no anacrónica o sin ningún atractivo para las nuevas generaciones; su falta de unidad orgánica; la vaguedad de sus programas, plataformas y estrategias de lucha y su capacidad para desgastar a sus bases en acciones de confrontación con las fuerzas de seguridad sin un propósito táctico, mucho menos estratégico. Difuminada, reprimida hasta la ignominia y en crisis permanente de identidad, la izquierda independiente tendrá qué definir cómo será la oposición que representará ante el gobierno de coalición de AMLO. A semejanza de la administración de Obama, AMLO sufrirá embestidas tanto de la derecha como de la izquierda por todo lo que haga o deje de hacer. La izquierda tiene que aprender a poner entre paréntesis su pureza inmaculada para negociar, no a favor de AMLO sino en contra de la oligarquía rapaz que intentará sabotear la agenda social de MORENA con todos los medios a su alcance, que no sólo no son pocos sino que son casi todos los existentes. Si la izquierda le da la espalda a estas reformas, por tímidas que sean, estará obstaculizando sus propias posibilidades de avanzar hacia transformaciones más profundas.

Es menester recordar que en un gobierno de coalición no gana la fuerza que tiene mayoría numérica sino la que concentra mayor poder, ya sea a través del dinero o a través de su fuerza social efectiva. En "Juntos haremos historia" aún está por verse cuál será el sector que tendrá más poder para impulsar su agenda interna. Hay al menos cinco grupos visibles: los amlistas leales que tienden a ser liberales nacionalistas; los evangélicos del PES, con una agenda social conservadora; los ex-panistas, que no son un bloque pero podrían llegar a unificarse por su genealogía política y su visión empresarial conservadora, jalando a otros ex-priístas de ideología semejante; los oportunistas de varios partidos que pueden brincar de una posición a su contraria mientras les reporte beneficios personales y, por último, los que se identifican con la izquierda socialista. Siendo realistas, los elementos de izquierda en la coalición son una minoría, lo que augura que el gobierno de AMLO difícilmente estará dispuesto a ir más allá de su marco liberal-populista. Esto no sólo será responsabilidad de AMLO, sino de una izquierda que no logra fortalecerse y crecer para tener capital político con qué negociar.

AMLO jamás se ha comprometido a acabar con las estructuras que posibilitan las enormes desigualdades sociales y que son el caldo de cultivo de la violencia. Su visión de México está anclada en el siglo XX y su convencimiento de que su programa liberal y nacionalista es suficiente para organizar un buen gobierno es genuino. Durante casi dos décadas, AMLO ha mostrado tener ideas fijas en torno a la austeridad republicana y el combate a la corrupción, los programas asistencialistas para atender las necesidades de los sectores más empobrecidos, la conducción del Estado en sectores estratégicos, como los energéticos, etc. Si pudiéramos resumir su proyecto en una idea, diríamos que le apuesta a una mayor participación del Estado en la conducción de la economía, en oposición directa a la ola neoliberal que ha avanzado incontenible desde los 1980, arrasando con el poder económico y político de los Estados nacionales. En un mundo globalizado en que las corporaciones trasnacionales y los grupos financieros globales concentran más poder que los Estados, es previsible que AMLO se tope con un sinnúmero de dificultades para implementar su modelo, además de que tendrá que hacer frente a la administración Trump, caracterizada por ser profundamente antimexicana, antimigrante, racista e irracional. No obstante, algo tendrán en común ambos gobiernos: su proyecto nacional estará en tensión con los mandatos de los poderes globales.

Hay al menos cinco aspectos en que el programa de AMLO resulta particularmente anacrónico: su visión extremadamente limitada sobre la catástrofe humanitaria por la que atraviesa México, que lo lleva a tener una agenda en derechos humanos muy endeble; su falta de compromiso claro y contundente con los derechos de las mujeres y del sector LGBT; su apuesta por expandir la economía petrolera a través de la creación de nuevas refinerías, en lugar de invertir en tecnologías limpias y autosustentables que integren a las comunidades; su visión sobre los pueblos indígenas heredada del indigenismo posrevolucionario y su aparente falta de entendimiento de la narcoguerra. Ni el programa ni el discurso de AMLO y MORENA parecen destinados a un país que está en guerra, que se ha desangrado a lo largo de doce años y que está atravesando por las elecciones más violentas en muchos años, con un total de 112 políticos y contendientes a cargos de elección popular asesinados en lo que va del año. AMLO ha dado algunos visos de querer impulsar una amnistía para los campesinos productores de drogas, una comisión de la verdad para investigar el caso Ayotzinapa y una política nacional de perdón y reconciliación, pero no ha dicho en qué consistirá su política en torno a las drogas, en un momento en que se debería estar debatiendo al menos la legalización de la marihuana como fuente crucial de ingresos para el Estado y los productores de cannabis. Algunos creen que lo importante es que AMLO llegue y ya después veremos, sin embargo, si la izquierda no logró arrancarle a MORENA compromisos mínimos en campaña, cuando los candidatos se muestran dispuestos a decir que sí a todo, muy difícilmente podrán impulsar sus demandas en el escenario post-electoral.

La principal ventaja de la coalición amlista es que aún está por definirse cuál de todos sus grupos conquistará la hegemonía interna, quiénes serán sus aliados y con quiénes tendrá que negociar. La lucha por la hegemonía es un proceso contigente y sus resultados son impredecibles. Hace doce años nadie hubiera adivinado que el PRD acabaría como un partido subsumido entre el PRI y el PAN, perdiendo su filo opositor por completo. En 2006, los que participamos en el plantón en Reforma para defender la voluntad popular, entre mentadas de madre y la campaña de odio de los medios contra nosotros, no hubiéramos podido adivinar que AMLO llegaría a tener veinte puntos de ventaja en las encuestas en la contienda electoral de 2018. Quienes crecimos con referentes políticos de izquierda y con el EZLN como faro, no hubiéramos imaginado hasta qué extremo se iba a encoger la izquierda mexicana debido a la narcoguerra. Nada estaba escrito de antemano, por eso yo celebro la ventada de oportunidades políticas que se abrirán con la primera transición democrática mexicana. No me preocupa que AMLO termine decepcionando a todos mientras se construya una alternativa al desencanto, porque si no somos capaces de emprenderla, México seguirá el patrón hemisférico que consiste en que, cuando un gobierno progresista falla drásticamente, el que le sigue vira violentamente hacia posiciones de ultraderecha. El reto de resucitar a un país en ruinas no le pertenece sólo a la coalición amlista, sino a todos y cada uno de los mexicanos que queremos un cambio verdadero. Nadie hará por nosotros lo que a nosotros nos corresponde hacer, empezando por construir una sociedad de ciudadanos participativos y comprometidos con la res publica.


Alternativas

Es muy pronto para definir si lo que le compete a la izquierda sea la formación de un partido político capaz de contender en las elecciones. Todos los intentos por crear un partido con una visión que tome en cuenta a la izquierda (PRD, PT, MORENA) han terminado restando más que sumando a la izquierda. Estamos en una encrucijada donde la izquierda tendrá que cerrar filas a favor de las medidas más progresistas de la coalición amlista. No sugiero que se le de un cheque en blanco al gobierno, pero habrá ocasiones en que la izquierda podrá negociar su apoyo a cambio del cumplimiento a sus demandas y momentos donde tendrá que ser generosa en el ajedrez político y dar más de lo que va a recibir. Por otra parte, es cierto que la mayor parte de la sociedad mexicana no tiene ninguna conexión ideológica, moral ni sentimental con la izquierda, pero eso no debe ser óbice para no impulsar propuestas conjuntas con diversos sectores. Hay una agenda básica de aspectos que no están contemplados en el programa de MORENA y que pueden servir para nuclear a la oposición. Pienso en este programa mínimo de diez puntos, pero por supuesto, los retos que nos plantea la búsqueda de una transición democrática genuina, la pacificación del país y la reactivación de la economía popular son inconmensurables.
  1. Creación de dos comisiones de la verdad, una sobre violaciones a los derechos humanos y otra sobre crímenes económicos. La primera investigará desapariciones, tortura, ejecuciones, desplazamiento, feminicidio y crímenes contra migrantes centroamericanos y la segunda se enfocará en la corrupción y el daño al erario público.
  2. Juicios imparciales y expeditos a todos los agentes del Estado que hayan cometido violaciones graves a los derechos humanos y crímenes económicos.
  3. Reconocimiento constitucional de los derechos de la mujer, incluido el derecho al aborto.
  4. Reconocimiento constitucional de los derechos LGBT, incluido el derecho a la adopción.
  5. Reconocimiento constitucional de los derechos y la autonomía de los pueblos indígenas. 
  6. Paridad de salario mínimo de Mexico con el de Estados Unidos.
  7. Cancelación de concesiones a las compañías mineras extranjeras que hayan contaminado el territorio y afectado a la población local, y límites a la explotación de recursos de las mineras nacionales.
  8. Legalización de la marihuana y el opio terapéuticos y recreativos.
  9. Creación masiva de empleos a través de la reactivación de la agricultura y la industria nacionales y articular las nuevas fuentes de empleo con los mercados locales.
  10. Comisión de la Paz para negociar con los grupos de crimen organizado el fin de la guerra. 
Algunos o todos estos puntos son controversiales, pero deberán estar presentes en el debate público si es que verdaderamente queremos construir un sistema basado en la ampliación de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales y quitarle a la mafia y a la derecha más abyecta el control que detentan sobre México. Este primero de julio será la primera medición de fuerza entre la oligarquía sanguinaria y la voluntad popular. Soy partidaria del voto útil por AMLO y espero que se respete el triunfo inminente de "Juntos haremos historia." Lo que ocurra después deberá ser obra de todos.





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