Sobre el estado de la crítica a la administración incipiente de MORENA, algunas aclaraciones
Desde que AMLO empezó a tomar decisiones de Estado aún sin ser
presidente en funciones, he leído comentarios sumamente críticos hacia
su actuación. Descartando a la prensa que recibía el tradicional
"chayote" y que está rabiosa porque en la próxima administración no
recibirá los mismos recursos del gobierno, hay un sector ciudadano que
se siente tempranamente desencantado. No vengo a defender lo
indefendible, como la negociación de MORENA con el Verde para mantener
los privilegios del rufián de Manuel Velasco y otras medidas que han
indignado a la opinión pública. Sin embargo, creo que el tono de las
críticas revela la escasa comprensión que tiene la población sobre el
funcionamiento de la realpolitik mexicana. México es una república con
división de poderes. El presidencialismo mexicano de la era del partido
de Estado priísta corrompió este modelo hasta hacer del ejecutivo una
especie de dictador sexenal, pero en el tortuoso camino hacia la
democracia, los presidentes del siglo XXI han tenido que hacer frente a
nuevos contrapesos y, sobre todo, al escrutinio de la sociedad civil.
Que no se les olvide que esas libertades las conseguimos derramando
miles de litros de sangre, no fueron una graciosa concesión del
gobierno. Así que esperar que AMLO resuelva todos los problemas y someta
a todos los que actúan mal en su entorno refleja la fantasía de una
dictadura unipersonal, algo que precisamente tenemos que evitar a toda
costa. El poder político es más líquido que nunca, los aliados de hoy
son los enemigos del mañana, no hay lealtades incondicionales,
cualquiera que se meta a hacer política debe jugar con estas nuevas
reglas del juego. En política no gana el que tenga más dinero o el que
tenga más apoyo popular, sino el que entiende mejor cómo funciona la
lucha por la hegemonía. Sin embargo, una vez que se conquista la
hegemonía esta no es eterna, más bien algo cada vez más efímero y
contingente. El segundo punto que hay que tomar en cuenta es que los
setenta años de dictadura del partido de Estado y los dieciocho años de
gobierno bipartidista dejaron al país destruído a un nivel casi atómico.
No hay poder humano que pueda restaurar un país tan despedazado como
México en el corto plazo. Si empezáramos a hacer todo bien a partir del
próximo sexenio, la reconstrucción nacional nos tomaría decadas. Creer
que porque ganó por primera vez un partido distinto al PRIAN habrá
soluciones mágicas es un pensamiento infantil. Tercero, el tipo de
transformaciones que demanda una parte de la ciudadanía solo son
posibles a manos de un gobierno revolucionario. MORENA no es un gobierno
revolucionario, sino reformista, debemos tener claro cuál es su alcance
y competencia. No nos gustan las revoluciones pero queremos cambios
revolucionarios, dónde se habrá visto semejante incongruencia? Los
radicales de facebook son la versión del siglo XXI de lo que Mao Tse
Tung denominaba como los tigres de papel. O aceptamos las revoluciones
con sus atroces consecuencias, o le apostamos al reformismo pacifista
con sus atroces limitaciones. Cuarto, el reto más grande que enfrenta la
administración entrante es el estado de sitio en el que se encuentra
todo el país. Cada que el poder cambia de manos hay dramáticos reajustes
en los grupos de poder criminales, lo cual lleva a una intensificación
de la guerra. Las guerras de cuarta generación, como la que vivimos,
están hechas para durar para siempre, pues su único objetivo es mantener
activo al complejo militar-industrial. Las leyes de la guerra
cambiaron, las guerras del siglo XXI ya no tienen un claro ganador, aún
si son guerras asimétricas. No hay frentes de combate, guerra de
posiciones, ni enemigos con los que se pueda negociar la paz. Esta
guerra que vivimos nos la impuso la voracidad del mercado mundial con el
pretexto de las drogas. En realidad, la guerra contra las drogas no
tiene otro propósito más que regular los precios del mercado, ante la
ausencia de una regulación estatal. Hay que eliminar a la competencia
local para generar tendencias monopólicas que mantengan elevados los
precios de las drogas ilegales a nivel global. Las drogas son una de las
mercancías más sobrevaloradas del mundo. El abismo entre su costo de
producción y su costo de mercado es de los más grandes entre las
mercancías que se producen. Cualquiera podría sembrar marihuana y
amapola en su casa y procesarla artesanalmente y esas drogas no valdrían
ni tres centavos, pero hay todo un dispositivo de seguridad nacional y
transnacional que lo impide. La administración de AMLO no va a poder
resolver la guerra contra las drogas porque es un problema global.
Desgraciadamente se nos impuso ser un país líder en la producción de
drogas para satisfacer el consumo estadounidense. Lo único que salvaría a
México es que los gringos dejaran de comprar masivamente drogas
latinoamericanas para producir sus propias drogas a un nivel suficiente
para satisfacer la demanda interna e internacional. Eso no va a pasar,
entre otras cosas, porque al complejo de seguridad nacional
estadounidense le conviene que México se mantenga en una guerra eterna
para inhibir cualquier intento de rebelión popular o el ascenso de un
gobierno genuinamente nacionalista y antiimperialista. Quieren un vecino
débil y servil. Recordemos que si algo aprendieron los yankees en sus
guerras en el sureste asiático es que la guerra contra las drogas, la
guerra contra la izquierda revolucionaria o nacionalista y la guerra
contrainsurgente siempre deben entrelazarse. Mi pronóstico es que si nos
quedamos cruzados de brazos nos espera otro sexenio de devastación y
desesperanza. No basta criticar, hay que proponer y hay que organizarse.
Organizarnos para defender el valor sagrado de la vida, del territorio y
sus ecosistemas, de las culturas milenarias de las que somos herederos.
Organizarnos para ser un contrapeso a las decisiones erradas del
gobierno y para ejercer una democracia orgánica. Lo que ocurra con
México no es responsabilidad exclusiva de AMLO. Mientras los mexicanos
no asumamos un papel activo en la reconstrucción nacional, este país que
costó tantas generaciones y sufrimiento construir, se va a desintegrar
por completo.
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