Reflexiones sobre la izquierda y el voto por Andrés Manuel López Obrador
Un
asunto que confronta a la ciudadanía cansada del orden imperante ante
las coyunturas electorales es el dilema de abstenerse, anular el voto o
votar por el que pueda ser considerado como el "menos malo". La
discusión se ha presentado al menos desde 1979, en las primeras
elecciones en la historia de México en las que la izquierda pudo
participar. La izquierda conquistó este derecho tras dos décadas de
intensa movilización, presión popular, sangre y fuego, de ningún modo
fue una concesión graciosa del gobierno de José López Portillo. En la
década de los ochenta la izquierda que renunció a ser revolucionaria se
volcó por completo a los procesos electorales, los cuales fueron vividos
con entusiasmo incluso hasta el 2006. Sin embargo, tras el fraude
electoral y las notables deficiencias mostradas por los gobiernos del
PRD, ha surgido una corriente importante a favor del abstencionismo y la
anulación.
Preocupa
que la discusión está atravesada fundamentalmente por la subjetividad:
la gente opina con base en su situación individual y por lo general
adolece de una perspectiva histórica y sociopolítica más amplia. Por su
parte, la comunidad académica cuenta con numerosos especialistas en
estudios políticos y análisis de coyuntura, pero ha sido incapaz de
establecer sólidos canales de comunicación con los ciudadanos de a pie.
¿A quién acude un ciudadano para saber cosas como qué tan confiable es
el sistema electoral del IFE, si el voto nulo y la abstención favorecen a
un partido en específico o si existen mecanismos legales de
exigibilidad para los presuntos representantes populares? Sin duda, hay
que impulsar iniciativas para que circule la información de ciudadano a
ciudadano. Cualquiera que pueda aportar más elementos para el análisis
tiene la obligación de difundirlos.
El
objetivo de esta serie de reflexiones (que no tienen ninguna pretensión
académica) es analizar a groso modo a los actores políticos que se
mueven en el espectro nacional, de forma tanto institucional como
independiente, con el fin de enriquecer la discusión sobre la
importancia de votar o no votar. En otro grupo de escritos se hablará
sobre el diseño del sistema político y sus posibilidades reales de
transformación.
El
primer actor a analizar es el Partido de la Revolución Democrática
(PRD, 1990), el cual tiene la particularidad de concitar el desprecio de
la ultraderecha, la derecha, la izquierda independiente y la
ultraizquierda. Con base a la percepción que se tiene de este partido
los ciudadanos críticos han definido su apoyo al voto útil o responsable
o su inclinación por el voto nulo o la abstención.
PRIMERA PARTE
El PRD, de la socialdemocracia a la socialderechocracia
No
voy a insistir en lo obvio. Todos sabemos que el PRD es un combinado de
fuerzas de izquierda, centro y derecha que se ha articulado con fines
fundamentalmente electorales y que, con el paso de los años, ha
descartado el objetivo de ser un partido de masas para convertirse en un
partido cercano a la gente. Los burócratas profesionales han
creado sus propias corrientes, las cuales desde hace años están
entrampadas en una confrontación permanente por las cuotas de poder.
Aunque ha sufrido un profundo desdibujamiento ideológico, los
principales líderes del PRD aún proyectan los ecos del nacionalismo
revolucionario de la izquierda populista de antaño y, al menos
retóricamente, se dicen partidarios de la equidad y la justicia social.
En la Ciudad de México, los gobiernos perredistas han
promovido medidas próximas a las de un estado benefactor (apoyos a
adultos mayores, madres solteras, personas con capacidades distintas,
seguro de desempleo, becas a estudiantes, ampliación de servicios
educativos, etc.), han despenalizado el aborto y han garantizado los
derechos de las minorías sexuales. Desde luego, algunos de estos logros
fueron resultado de décadas de lucha. Sin
embargo, estos gobiernos han estado lejos de garantizar la protección
de las clases oprimidas, han impulsado la terciarización de la economía
capitalina y han favorecido la transferencia de recursos a obras de
dudosa utilidad social, como los segundos pisos del Periférico y la
ampliación de otras vías rápidas. El ímpetu que se ha puesto en fomentar
el uso del automóvil no se ha hecho extensivo a la mejora del
transporte público y menos aún a resolver problemas tan dramáticos como
el de la escasez de agua y la contaminación. Asimismo, no ha habido
medidas más rigurosas para la protección de los animales (muchos no le
perdonan al PRD que no haya hecho algo por prohibir las corridas de
toros o para garantizar un destino digno a millones de animales
callejeros que pululan por la ciudad, por ejemplo).
En
el balance de aspectos negativos, podemos apuntar que los gobiernos
perredistas de la capital también han reprimido a los movimientos
sociales: lo hicieron con los estudiantes huelguistas de la UNAM en 1999
y en el 2011 con los sindicalistas del SME; han actuado brutalmente en
contra de otras expresiones de disidencia juvenil (v. gr. los grupos
anarquistas), se han extralimitado en algunos conflictos ciudadanos
(i.e. casos Ixtayopan y supervía poniente) y no han satisfecho a las
víctimas en operativos desastrosos como el de la discoteca News Divine.
El saldo es especialmente negro tratándose de los niveles de corrupción e
inseguridad y otras violaciones a los derechos humanos. Las mordidas y transas en
infinidad de servicios relacionados con el uso del automóvil, el
cohecho, el tráfico de influencias de los pesos pesados, la persistencia
de la tortura y la fabricación de culpables y otras joyas de la
(in)cultura cívica mexicana siguen siendo el pan de cada día. Respecto a
la inseguridad, la terciarización de la economía, la precariedad
salarial y el incremento exponencial de la economía informal han
favorecido la expansión de redes mafiosas (algunas protegidas también
por servidores públicos) las cuales se encargan de todos los ilícitos
imaginables –narcomenudismo, piratería, comercio ambulante, trata de
personas, lavado de dinero, giros negros, robo, secuestro–, en la
impunidad más rampante. Como parte de un juego perverso, el gobierno los
tolera, los golpea o los soborna, e incluso los utiliza con fines
electorales. Una de las cosas más reprobables es la adopción del esquema
de “tolerancia cero”. La ciudad ha sido tapizada de cámaras de
vigilancia y en diversas colonias de clase media y alta se ha ampliado
la presencia policiaca, aunque esto no se ha visto traducido en el
abatimiento de la inseguridad. Por otra parte, colonias populares
enteras han sido abandonadas a su suerte. No ha habido una inversión
proporcional en procurar una cobertura total de educación y empleo para
la juventud desamparada. Se combaten efectos y no causas.
Creo
hablar con conocimiento de causa porque el DF es la ciudad que gozado y
padecido la mayor parte de mi vida. También creo que aun cuando todo
chilango tenga una queja sobre la saturación, el smog, la basura, el
tráfico, los asaltos y un largo etcétera, los gobiernos perredistas han
obtenido resultados que con el PRI o el PAN jamás habríamos visto. Y me
consta que hay muchísimos defeños que, a pesar de todo, se sienten
profundamente orgullosos de la ciudad. El PRD ha dado demasiados
bandazos como para poder definir si ha actuado como un gobierno de
izquierda, pero decir que daría exactamente lo mismo que el PRI o el PAN
gobernaran una ciudad como la de México, es tan inexacto que raya en la
aberración. Finalmente, el DF es uno de los principales destinos de
refugio para miles de desplazados de la narcoguerra que no cuentan con
suficientes recursos para salir del país. Eso es posible porque el PRD,
no el PAN ni el PRI, gobierna el DF.
No
podría decir lo mismo de los gobiernos del PRD en Zacatecas, Michoacán,
Guerrero y Chiapas. El PRD ha tenido la oportunidad privilegiada de
gobernar tres de los estados más pobres de la república, con altos
porcentajes de población indígena y migración, y lo ha hecho
inadmisiblemente mal. Los respectivos gobiernos estatales no han sido
capaces siquiera de emular los programas sociales del gobierno
capitalino. Desconozco la realidad concreta de cada estado pero confío
en el dictamen que han hecho las organizaciones sociales, quienes han
reprobado unánimemente a los gobiernos perredistas. Salazar Mendiguchía
está justamente preso, más allá del intríngulis político que envuelve su
caso. También deberían estarlo Amalia García, por sus actos de
corrupción monumental en Zacatecas y Zeferino Torreblanca, por toda la
sangre que hizo correr en su sexenio y sus pactos con el crimen
organizado, mientras que Lázaro Cárdenas Batel y Leonel Godoy deben ser
llamados a rendir cuentas por la justicia por el estado de violencia y
descomposición en que han dejado Michoacán, ya sea por aquiescencia,
acción u omisión. Lo mismo aplica para el cacique Juan Sabines. Ni qué
decir de los gobiernos de coalición, donde el PRD ha quedado
completamente desdibujado y no sólo no ha ampliado su base electoral
sino que ha perdido el apoyo de cierta izquierda independiente que lo
secundaba. De las malas acciones de Malova, Moreno Valle y Cué, el PRD
es y será corresponsable.
Muy
larga es la lista de cosas que nunca le perdonaremos al PRD. Su
distanciamiento de las mejores causas y su traición a varios movimientos
sociales la encabezan. El recuerdo de cómo dio la espalda a la ley
COCOPA en el 2001 es aún fresco y doloroso. Su incapacidad para impulsar
acciones para castigar a quienes cometieron un genocidio contra la
izquierda entre las décadas de los sesenta y los ochenta será sin duda
una de las páginas más negras de su historia. La manera en que ha
lucrado con las necesidades de los de abajo para hacerse de una
clientela electoral, tampoco pasará como un incidente menor. Y qué decir
de la incorporación a su seno de personajes siniestros, que no sólo han
ignorado sino también combatido las luchas sociales. Además, si por su
papel en la lucha de clases los conoceréis, el PRD definitivamente ha
hecho todo lo posible para no enemistarse con la oligarquía y no ha
manifestado jamás una postura abiertamente antineoliberal. Sin embargo,
cuando los perredistas muestran (en privado) las evidencias de la ayuda
monetaria, en especie o en intermediación política que han prestado a
decenas de organizaciones sociales independientes, que en lo público
vociferan contra el PRD y en secreto no se limitan para estirar la mano,
uno no puede sino imaginar qué habría ocurrido en un sinnúmero de
conflictos si este partido no hubiera intervenido. Cuántos activistas
más habrían sufrido “encierro, entierro o destierro”, cuántas
iniciativas de ley atroces no habrían sido frenadas, cuántos proyectos
“autogestivos” no habrían arrancado por falta de apoyo. En fin, hay que
agradecer que los perredistas tengan un poco de
caballerosidad/damosidad y no se hayan molestado en publicar esa
información sensible que comprometería a más de un antiperredista
confeso.
El
PRD copió del PRI su extraordinaria habilidad para cooptar a los
movimientos sociales. La histeria antiperredista de la izquierda
independiente es justificada pero yo puedo decir, dentro de lo que he
investigado acuciosamente, que con excepción de los grupos guerrilleros,
no he conocido aún a la organización de izquierda que a lo largo de su
trayectoria haya prescindido absolutamente del PRD o de los perredistas y
sus anexos. Parece un defecto pero no lo es, o al menos no
necesariamente. Los movimientos y organizaciones sociales no pueden
avanzar en sus agendas si no tejen alianzas con personajes o grupos de
las élites. Para nuestra desgracia, el PRD, al incorporarse de lleno a
la clase política y al haber adoptado sus discursos y prácticas,
pertenece al orden de los de arriba. Entiendo que la izquierda de
“abajo” lo vea como parte del problema e incluso como el enemigo a
vencer, pero eso equivale a olvidar que el PRD tiene aún entre sus
reductos a una militancia popular y de izquierda que conserva la
esperanza de rescatar al partido de las garras de la derecha que lo ha
copado. No creo que la izquierda y los movimientos sociales
independientes obtengan el menor beneficio de confrontarse con este
sector, antes bien, deberían diseñar una relación orgánico-estratégica,
anteponiendo las causas por las que se lucha a la pureza política y
“moral”.
En
fin, cualquier evaluación que se haga del PRD resulta harto complicada.
Son demasiados sus matices, logros, avances, retrocesos, errores e
incluso crímenes, como para poder ponerle una paloma o un tache en su
conjunto. Quien pretenda acogerse a un maniqueísmo reduccionista
oblitera el deber básico de todo actor social y político: el
conocimiento a detalle del amigo/enemigo. Sería sano para el PRD tener
una división definitiva entre su ala más afín a la izquierda y su ala de
centro-derecha, pero eso no va a pasar. En lo que coinciden todas sus
facciones es en la fascinación por el poder y el financiamiento público.
La
pregunta del millón es, ¿amerita la emergencia nacional por la que
atravesamos que los ciudadanos votemos por el PRD para impedir que el
PRI o el PAN regresen al poder?
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